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jueves, 19 de enero de 2017

¿Dónde estamos y qué queremos? Una reflexión de 2011 que sigue teniendo sentido.

HOY Lorenzo J. Blanco
Artículo de opinión publicado en HOY el 2 de junio de 2011
Estoy recopilando mis artículos publicados en HOY y en EL País que voy colocando en este blog en el desplegable “Artículos de opinión, en HOY y en El País”.

Normalmente, los cuelgo directamente pero he querido poner este en el blog porque fue una reflexión cargada de indignación y de esperanza, hace unos seis años, cuando las protestas del 15M o similares tenían mucho sentido.
Se publicó el 2 de junio de 2011, en HOY. Os lo dejo por si lo queréis leer. Muchos de los que estaban en las plazas ya están colocados y ahora tendríamos que indignarnos contra ellos.

“Probablemente sea de los pocos políticos románticos que todavía siguen creyendo en las ideologías o, al menos, en que hay diferentes visiones sobre lo que pasa en el mundo y sobre qué podría hacerse. Esto sucede en muchas facetas de la vida. Así, en la música o el arte, manifestamos diferentes tendencias que unas veces permanecen y otras no. En ocasiones se funden con otros movimientos surgiendo nuevas formas de pensamiento o expresión.
Soy de los que siguen pensando que todavía tiene sentido hablar de derecha y de izquierda, aunque es verdad que ahora es más difícil marcar los límites. Ante la pobreza y/o la injusticia, ante las desigualdades sociales y territoriales, ante la distancia entre los mundos numerados, se dan causas y se realizan propuestas diferentes según la visión que adoptemos. Otra cosa sea la situación confusa y apática a la que nos está llevando la crisis social, cultural y económica en la que estamos o las respuestas inmediatas para salir del paso.
Y me viene esta reflexión a propósito del comentario que oí cuando estaba en el colegio electoral para votar el día 22 de mayo. Entraba a mi lado una pareja de jóvenes y se preguntaban a quien iban a votar. El chico, con seguridad, mostró su pensamiento: «Da igual votar al PSOE que al PP, porque son iguales». Me entristeció esta reflexión, compartida por muchos ciudadanos, porque refleja una situación de rechazo a la actuación de los políticos.
Es evidente que no culpo, de esta situación, a la pareja ni a los que así piensan, como tampoco culpo a mis alumnos cuando no soy capaz de comunicarles mi entusiasmo por la enseñanza de las matemáticas. Y, es por ello, que la pregunta debe ser similar en ambos casos: ¿qué estamos haciendo mal para que no seamos capaces de transmitir un mensaje que consideramos con principios y valores diferenciados? ¿Por qué nos da miedo identificarnos con unos principios ideológicos que aceptamos como válidos? Me niego a pertenecer al mundo del pensamiento único. 'Que paren el mundo que me bajo', decía uno de esos grafitis tradicionales.
Pero, también, existen otras corrientes de opinión y acción. Así, la protesta juvenil de estos días me ha vuelto a llenar los pulmones de aire fresco. No les gusta el camino ni la marcha de la sociedad actual, y quieren participar en las cuestiones que les afectan, sobre todo porque se trata de su futuro. Es decir, quieren que se tenga en cuenta su opinión, su participación y por ello están dispuestos a manifestarse. Dan muestra de solidaridad entre ellos, son capaces de aguantar las provocaciones, de elaborar un discurso con argumentos que no podemos refutar pero que nos molesta porque cuestionan la sociedad que les estamos dejando. Y, sobre todo, lo que ha puesto de manifiesto es que hay una fractura entre las normas y directrices de los dirigentes de la sociedad actual y los sentimientos y propuestas que surgen del colectivo juvenil. Me gusta que los jóvenes sean rebeldes y lo manifiesten. «Me gustan mis errores y no quiero renunciar a la libertad maravillosa de equivocarme», indica otra frase de Charles Chaplin que cuelgo en mi despacho como recordatorio permanente.
Dos situaciones que reflejan un mismo sentimiento aunque con dos actitudes diferentes que manifiestan cierto inconformismo. Una de resignación y otra de rebeldía. Es evidente que me quedo con esta última. 
No sé si es la crisis o más bien la gestión de la crisis pero la situación es que vivimos un momento con una mínima participación social. Y lo que es más grave, en numerosas ocasiones se promueve, manipula y orienta desde las instituciones con un sentido claro de control. Hemos llegado a una situación en la se va a votar como una costumbre social más que como una acción para promover el cambio o el deseo de que prevalezca un programa o unas ideas que, entendemos, son las más adecuadas para nuestra comunidad. En cierto sentido se ha perdido ilusión y confianza en que las cosas pueden ser distintas. Es como si la crisis nos hubiera aplastado.


En estos días digo que estoy indignado, pero también comparto con S. Hessel que la indignación debe ir acompañada de compromiso. El inconformismo y/o la indignación deben llevarnos a profundizar y clarificar el mensaje que queremos transmitir. Analizar cuáles son los principios básicos que aceptamos y cuáles no, y sobre los que basaremos nuestras acciones. Buscar los caminos de la colaboración más que los de la confrontación. Encontrar redes que nos permitan comunicarnos con los diferentes componentes la sociedad del siglo XXI, y que nos permitan ilusionar y convencer a través del discurso y el trabajo más que desde el engaño o la prebenda. Y, ello sólo es posible desde el compromiso generoso sin tener en nuestra cabeza posibles recompensas. Creo que ello es necesario si queremos tener un futuro esperanzador. Como decía al inicio, un político romántico. 

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