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viernes, 6 de febrero de 2015

El buen alcalde


Ricardo Cabezas Martín
Candidato socialista a la Alcaldía de Badajoz
 Tribuna de opinión publicada el 6 de febrero en el diario HOY

Esencialmente un alcalde debe ser el vecino más comprometido con su ciudad. Su obligación consiste en defender los intereses de sus conciudadanos mediante la ejecución de políticas locales que tengan por objetivo la mejora de su calidad de vida. Definiciones podemos encontrar muchas. Realmente depende de cómo sea el alcalde, así será su gestión, pues su impronta siempre se deja ver en las acciones que pone en marcha. Considero que un alcalde debe ser mucho más que un excelente gestor. Debe ser cercano, transparente en sus políticas, en permanente consenso y consulta, certificando que euro gastado será euro publicado, con los bolsillos de cristal, sensible a los problemas de toda la ciudadanía y desde ahí marcar las prioridades. Si bien el interés general es imprescindible, no lo es menos estar con los vecinos que peor lo pasan. Es un mal alcalde el que no practica la autocrítica ni la humildad y siempre tiene razón. Es un mal alcalde el que confía más en la propaganda que en cumplir sus promesas a tiempo. El buen alcalde es el que hace importantes a quienes le salen al paso.

Admiro desde hace años a un alcalde de trato fácil que no está en política para “filosofar”. Es António Luís Santos da Costa, más conocido como António Costa, el alcalde de Lisboa, ciudad donde nació en 1961. Es alcalde desde 2007. Se ha presentado tres veces a las elecciones y en las dos últimas consiguió mayoría absoluta (pasó del 29 al 52% de los votos, dejando a la derecha lisboeta en el 22% en las elecciones de 2013). Con él, los socialistas volvieron a recuperar la alcaldía de la capital de Portugal después de 31 años de continuas victorias de una coalición conservadora.

Más allá de los datos, los lisboetas tienen buenas razones para votar mayoritariamente a António Costa. Indudablemente por su empatía, su capacidad de “leer” en los demás. Por pasar más tiempo con los ciudadanos que en el despacho. Él mismo lo dijo: “Si un alcalde solo habla con políticos se pierde algo esencial, que es llegar a todo el mundo”. Tal vez por eso trasladó la mesa de su despacho del Terreiro do Paço, donde está el ayuntamiento en la Baixa Pombalina, al barrio de Largo do Intendente, en la Mouraría, una zona degradada por la droga y la prostitución. Los vecinos han visto la transformación de su zona y han pasado de la incredulidad en quien manda, a valorar a este político vocacional que hace lo que dice. Ahora Intendente remonta como barrio de potente agenda cultural, tiendas a la última, tabernas auténticas y, sobre todo, una vuelta de vecinos que ven renacer una zona que daban por perdida. Y con los nuevos habitantes han llegado los turistas mejor informados, esos que antes no entraban como tampoco lo hacía la policía en algunas zonas.

Y ciertamente no es un político convencional. Lo suyo no es pavonearse con los logros alcanzados, a sus palabras les acompaña una reiterada autocrítica, algo que desactiva a la oposición. Los presupuestos municipales (600 millones) son participativos y han triplicado la cantidad que deciden los colectivos. Tras poner en orden las cuentas es reconocible la rehabilitación que ha emprendido de espacios urbanos y patrimoniales para preservar su historia, el plan contra el paro juvenil, la creación de un fondo de emergencia social para ayudar a las familias, más plazas en escuelas públicas, un subsidio municipal de alquiler para colaborar con familias en dificultades para pagar o la potenciación de Lisboa como destino turístico que la lleva a ser la novena ciudad del mundo que más congresos celebra. Hoy Lisboa es una ciudad cosmopolita, una capital intercultural, abierta y tolerante, que ha sabido aprovechar su notable patrimonio para venderlo de la mejor manera posible.

António Costa es el buen alcalde en el que fijarse. El alcalde que mira a los ojos, el que pide el voto por merecerlo, el que se centra en las personas porque ellas son el corazón de la ciudad. Es un regidor que crea esperanza, levanta ilusión y genera confianza. Y todo desde el trabajo. Me cuenta un concejal suyo en el Ayuntamiento de Lisboa que es un líder nato, sabe crear equipos y cómo dinamizarlos. Que es perfeccionista, solidario, determinante y exigente: “que como las cosas hay que hacerlas, hay que hacerlas muy bien”, suele decir. Un socialista cuyo mayor capital, y lo sabe bien, es su receptividad, una auténtica “esponja” de los mandatos de la sociedad civil que cultiva como nadie. Todos, incluso sus adversarios políticos, reconocen en él a un hombre muy trabajador, en constante hiperactividad.


La política y los políticos tienen el dudoso honor de que la palabra promesa haya sido sinónimo de mentira. Pues ha llegado el momento de cambiarlo, ha llegado el momento de arremangarse y de recapitalizar la credibilidad y reputación y tengo muy claro cómo se hace eso: predicando con el ejemplo, es la única manera de ser un buen ciudadano, un buen vecino y un buen alcalde. Y de eso se trata, de nada más.

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